Suerte de mierda


Pisé caca hace dos días. No, no me puso contenta. No festejé, fui corriendo al cordón a limpiarme con la agüita y después el pastito.

Me angustia pisar caca, pienso en todas las calles del mundo que están sucias y me pongo a llorar de impotencia, porque como yo debe haber muchas personas por día a las que les pasa lo mismo.

Pisar caca es una cagada, a mí todavía no me trajo ningún beneficio. Que quede claro que hace 48 horas que pisé caca y mi vida no tuvo ningún giro ultra dimensional: el resumen de la tarjeta vino como todos los meses, sigo sin encontrarle nuevo dueño al gato y me voy de vacaciones en la segunda quincena de marzo. Es mentira que te da suerte. ¿Quién pudo haber inventado ese dicho popular de mierda?

Pisar caca te trae mal olor y un mal momento:

A: - Che, ¡qué olor! ¿Sentís?

B:- Si, hay olor a caca.

C: - Como olor a podrido.

A: - No, para mí es olor a mierda.

B: - Yo no pise nada.

C: - Che, yo no siento nada.

A: - Fuiste vos por eso no sentís.

B: - ¡Qué asco!

C: - Uh, sí. Qué mala suerte, la pu….

Pregun-tontas


Dos palabras y una mina como yo, en desacuerdo con su cuerpo, disconforme con su pelo maltratado por el secador y la planchita, cansada de los obreros que la ven pasar y no la piropean, harta de las modas que incomodan, generan un momento incómodo con una mezcla de estupidez: “¿Me querés?”. Me siento como un combo que nadie compraría. Pobre Marcos.

Una vez al día, mínimo, le pregunto a Marcos si me quiere. Si me quiere, si me extraña, qué haría sin mí, si estoy linda. Marcos es de pocas palabras, para él todo es un sí o un no. No tiene grises, él siempre tiene la respuesta a mi pregunta y lo que me pone orgullosa es que siempre sea la misma: “Sí. Correte que estoy mirando.” Me encanta la sinceridad de Marcos pero le escondería el control remoto (y ojalá que pierda Cambaceres).

Un día en la vida de Marcos y Daniela:

- Marcos, vos no me querés más. Decime que estoy gorda

- Estás gorda, sí.

- ¿Ves cómo sos? Todas la veces que te pregunté si estaba linda me mentiste.

- ¿No me acabás de decir que te diga que estás gorda? No estoy de humor. Dale, no jodas.

- Gracias por tu sinceridad, mi amor.

- De nada. ¿Viste el control remoto?

- No, si nunca miro tele. Buscalo bien.


Daniela quiere conocerte, ¿aceptás su solicitud?

Lo miro, me mira. Nos miramos. Me gusta. ¿Le gusto? No sé pero creo que me esta mirando. Voy al baño, me lo choco a propósito, no se da cuenta. Pasan reggeton y bailo exageradamente para que me mire, pero algo lo distrae hacia otro lado. Se ríe con los amigos, parece simpático.

Me acerco, tiene rico perfume. Con mi amiga nos ponemos al lado de él. Está con un amigo. Bailamos al lado para que nos saquen a bailar (vieja estrategia). Mira a otra chica, la saca a bailar a ella. Usa zapatillas de lona blanca, ¡es un chico rock! A mi me gusta el rock and roll, somos compatibles. Me gusta, mucho, más que Nick de los Backstreet. Va al baño, lo sigo. No me animo, no me animo. Va a la barra, voy a la barra. Le toco un hombro y le pregunto:

- ¿Me darías tu mail? - No me animé a más.


Él, que también prefiere el “chat to chat” dice: - Si, anotá! elintergalactico@hotmail.com. Buscame en el MSN y agregame al Facebook.

Él, mala onda: - Sí, pero ¿para qué lo querés?

Él, que aprovecha cualquier oportunidad: -Si, pero lo uso para trabajar. Vos, ¿trabajas? ¿Estudias? ¿De qué signo sos?

Él, como antes. -¡Uh! ¡Hace cuánto que no vengo a bailar!, ¿Ahora esta de moda pedirse los mails? No flaca, te confundiste. Si querés nos juntamos a charlar. No hagas que tenga que conocerte por mail. Si un día se me cae el servidor, ¿es día no te puedo conocer? Así no son las cosas.

Daniela una chica bien, bien ansiosa

Soy ansiosa. El brazo para que el colectivo pare en la parada lo estiro cuando éste está a una cuadra de distancia, al reloj lo miro aproximadamente cada tres minutos reloj e incluso lo que más impaciencia me da es comprarme un libro y recién poder saber como termina el día que lea la última hoja.

En el amor soy ansiosa también, sobre todo cuando no sé que es lo que va a pasar.

La última vez que me sentí demasiado a la expectativa de las cosas fue cuando un miércoles a la noche me enteré que quizás el sábado tenía una cita (un ansioso para otra ansiosa) Un cita esperada, bien de novela de la tarde. “Ojalá que no llueva asi no se me infla el pelo por la humedad” pensé mientras me pintaba las uñas de rojo porque iba a usar la cartera del mismo color, que es nueva. El jueves, a primera hora, la llamé a Karen para que me preste una remerita negra asi me combina con todo y cuando corté llamé al “Centro de estética y cuidados para la mujer” para pedir turno para depilarme. El viernes me depilé y me compré un jeans porque estoy atravesando un momento difícil con mi placard. El sábado lo ocupé pensando qué perfume usar, qué aros ponerme y cómo maquillarme. La ropa la tenia definida: el jeans nuevo y la remerita de Karen.

Llegué media hora antes que él. Cenamos una parrillada para tres, soy de buen comer. Hablamos de los proyectos de cada uno (los míos siempre a corto plazo), de los colores preferidos, de cosas como “¿el mar o la montaña?” y “¿hotmail o yahoo?”, mientras, yo lo miraba comer porque ya me había terminado el postre. Las velas se consumían lentamente y eso me estaba poniendo muy nerviosa.

Nos estamos conociendo (¿falta mucho?).

Segunda cita:
• Despreocupate por la ropa, en la primera cita ni te prestó atención.

Actitudes en la primera cita que hacen que sea la última:
• Él se pide una cerveza con maníes y vos un té verde con 3 masas secas.
• Él te invita a cenar y vos le decis: “Gracias, piqué algo en casa”.
• Si no sabés caminar con tacos, mejor no te los pongas.

Una chica bien…bien bien histérica

Le pedí al Gordis que me acompañara a comprar ropa, ese día teníamos un cumpleaños de “no se quién” amigo de él y realmente no tenía que ponerme (si tenía, pasa que nada me gusta).

No compré nada. “¡¿Cómo que nada te gusta?! Vinimos hasta acá, algo te tenés que comprar.”

Cada vez que voy a comprar ropa pasó por un período de estados sentimentalmente tristes. Primero se me revoluciona la cuestión de la imagen (y el humor). Esta primera etapa es la que me imagino ante la situación de no decidir que ropa ponerme, mirándome al espejo de todos los ángulos posibles porque nada me queda bien, agregándome kilos (donde no los hay), creándome panza, ensanchándome las caderas, disminuyéndome el busto y entrando en un arrepentimiento que era de esperarse: el porqué de los chocolates y sus amigos los alfajores.

Lo que me pone peor es tener que ir a cambiar un regalo, me trae unas series de inseguridades importantes. Las mujeres con la ropa somos muy particulares, todavía no entiendo porqué.

“¡Esto me queda chico, Gordis! Además no me gusta como me queda, me hace gorda.¿Te das cuenta? Vos me ves gorda.”

“¡Es muy cortita esta pollera, Gordis! ¿Vos querés que salga a la calle así vestida? Soy una atorranta para vos, ¡mira se me ve todo!”

No soporto que me digan que me enojo de nada. “Quedate con la pollera, esto no da para más. Dásela a tu ex, seguro que le queda mejor”
(Encima rencorosa).

Hombres, no diréis:
• “Hoy estás linda” para no escuchar: “¿Hoy? Y los demás días, ¿qué?”
• “Esa remera te queda bien” para no escuchar: “¿Está?Y las demás, ¿qué?”
• “¿Es nuevo ese jean?” para no escuchar: “¿Ves que nunca me mirás?”

Una chica bien…bien histérica

Para elegir la ropa que me tengo que poner y comprar, para elegir a mis parejas, para cuando recibo un regalo y no sé si quedármelo o ir a cambiarlo, para decidir si quiero tomar mate con azúcar o amargo, para decidir si tomo mate o si me tomo un té, para decirle que si a un chico en un boliche a la pregunta tan clásica “¿bailás?”. Me pregunto por qué para todas esas cosas (y otras también) tardo en dar una respuesta definitiva y peor, cambio los si por los no y los no por los si, porque hay veces que me sale decir que no, ¡pero sí! Un ni, digamos.

Me vestí tan como quería parecer: deseada, para ser piropeada toda la noche y decir: ¡sí! Unas miradas en el espejo y salir. Unas, dos, tres miradas, “que gorda estoy”, pensé. Una vez en el boliche fui a la barra, no tardé en elegir qué tomar y con mi mejor cara de quiero bailar, bailé.

Utilicé técnicas abruptas que no fallan: sacudón de los pechos, dibujos de círculos en el aire con la cadera y tocarse el pelo cada 3 minutos, no más. Se me acercó un colorado, alto con esos jeans caídos que se usan ahora. Cuando lo vi, pensé “los colorados no me gustan” y enseguida especulé la manera de sacármelo de encima, pero había estado bailando toda la noche sola y además parecía simpático (peor es nada, después me quejó que estoy sola).

Me guiñó el ojo desde lejos, se acercó con un vaso vacío en la mano y con los primeros tres botones de la camisa desabrochados, suficiente para darme cuenta que era un tarado. Me preguntó si iba siempre a ese lugar, el nombre, la edad, el novio, el barrio, y me contó muchas otras cosas acerca de él, a las que no le presté atención, que dieron lugar a que me quedara hablando toda la noche, haciéndole sonrisitas para que de una buena vez me dijera que estaba linda. Lo que logré es que con un tono de voz de pibe resignado me diga: “no bailas, ¿no?”

Las mujeres no bailamos en los boliches, no queremos hacerlo, pero pretendemos que nos inviten a ello. Las mujeres esperamos que los hombres, en el boliche, sólo nos digan que lindas que somos, no que nos cuenten de sus ex novias ni de las materias de la facultad.

El colo me dice que soy especial porque no doy vueltas, que voy de frente… “¡Colo, colo, colito… yo te quiero como un amigo pero no sé, creo que me gustas, viste como somos las mujeres de histéricas, ¿no?”. (Histérica confundida).

Hombres, frases que acompañan siempre a una histérica:
• “No, no bailo, pero si querés me podés comprar un trago así tenemos de que charlar.”
• “Me caes bien, pero mira que tengo novio”
• “No tengo tiempo ahora para escucharte, además no tengo ganas. ¿Cómo que no me vas a llamar más? ¿Qué no me interesa tus cosas? ¿De dónde sacaste eso?”

Daniela tiene algo bueno

Daniela es una chica bien que no se anima a escribir lo que le pasa en las puertas de los baños públicos porque siente que otras mujeres la van a criticar, y asume como rol de mujer que una de sus principales actividades es envidiar-criticar a las de su mismo género, en la mayoría de los casos (y en las minorías también).

Daniela siente que no le alcanzaría una puerta para contar lo que le pasa y se ríe imaginando a todas aquellas leyendo sus historias mientras hacen la posición de recepción de voley, sacan de su cartera un papel tissue y hacen malabares con la puerta que no cierra.

Daniela se ríe de si misma y de todas las demás y, en el intento de dejar de ser mujer porque está cansada de convivir con sus inseguridades, sus complejos, sus vueltas, su sensibilidad diaria (y la que aparece cada 28 días), sus ataques de histeria y de celos y su compulsividad hacia la compra de ropa, entre (tantas) otras cosas, termina siento como todas. Lo bueno es que se da cuenta.